RECOMENDADO DE NE: LA REBELIÓN DE LAS FORMAS de Jorge Wasenberg + entrevista: "La ciencia también cuenta historias"
Jorge Wagensberg
CIENCIA
(NF). Filosofía de la ciencia
Colección
Metatemas / Fábula
Tusquets
Editores
¿Qué tienen en común un planeta, un huevo de pez
y la punta de un bolígrafo? Según Wagensberg, comprender significa lograr la
mínima expresión de lo máximo compartido. Pues bien, resulta que a nuestro
alrededor, un número enorme de objetos parece compartir un reducidísimo número
de formas: aunque no tenía por qué ser así, la naturaleza exhibe ritmo y
armonía. Además, aunque tampoco tenía por qué ser así, la naturaleza parece
inteligible. En este ensayo vibra la ambición de tratar la perplejidad que
estas comprobaciones pueden suscitar. ¿Por qué ciertas formas –esferas,
hexágonos, espirales, hélices, parábolas, conos, ondas, catenarias y fractales–
son especialmente frecuentes? ¿Por qué justamente éstas y no otras? ¿Cómo
emergen? ¿Cómo perseveran?
Para comprenderlo y explicárnoslo, el autor teje
todo un esquema conceptual con el que organizar su reflexión. El hallazgo
consiste en enfrentar la complejidad con la incertidumbre. A partir de ahí se
desgranan, bien trabados, el resto de los conceptos: anticipación, movilidad,
tecnología, independencia y, sobre todo, las tres grandes selecciones
(fundamental, natural y cultural). El conjunto es La rebelión de las formas, un
estudio genuinamente interdisciplinar que no reprime brillantes incursiones en
el arte, la filosofía, la música e incluso la escritura.
Jorge
Wagensberg (Barcelona, 1948) es doctor en Física y profesor de Teoría
de los Procesos Irreversibles en la Universidad de Barcelona. Además de
investigar, es un dinámico animador del debate de ideas, lo que le ha valido,
entre otros, el Premio Nacional de Pensamiento y Cultura Científicos en
Cataluña. Es director de la colección Metatemas y director científico de la
Fundación "la Caixa", después de haber dirigido durante quince años
CosmoCaixa, referente de los museos de la ciencia de todo el mundo. Es autor de
diecinueve libros y de múltiples trabajos de investigación sobre termodinámica,
matemáticas, biofísica, microbiología, paleontología, entomología, museología
científica y filosofía de la ciencia. Tusquets Editores ha publicado, con gran
éxito de la crítica y de los lectores, sus títulos Ideas sobre la complejidad
del mundo (Metatemas 9 y Fábula 205), Ideas para la imaginación impura
(Metatemas 54), Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?
(Metatemas 75 y Fábula 274), La rebelión de las formas (Metatemas 84 y Fábula 361), A más
cómo, menos por qué (Metatemas 92), El gozo intelectual (Metatemas 97), Yo, lo
superfluo y el error (Metatemas 107) y Las raíces triviales de lo fundamental
(Metatemas 112).
JORGE
WAGENSBERG: “LA CIENCIA TAMBIÉN CUENTA HISTORIAS”
Dirige
una de las colecciones de libros científicos más prestigiosas en castellano y
dice que el lugar clave de un instituto de investigación “es y debe ser la
cafetería”, porque allí se intercambian ideas.
Por Federico Kukso para http://www.revistaenie.clarin.com – 19/11/2010
En la habitación 1011 del hotel Castelar de
Avenida de Mayo, se aloja un físico que ama las letras y los museos tanto como a
los números. La devoción del español Jorge Wagensberg es tal que hace 27 años
dirige la colección Metatemas de Tusquets, la misma que año tras año se
disputa con la colección Drakontos (Crítica) el título de la colección más
importante de libros de ciencia en habla hispana.
“Fue curioso cómo surgió” –hace memoria el
catalán, de paso por Buenos Aires, donde dio una charla en el Seminario de
Periodismo Científico organizado por la OEA y el Ministerio de Ciencia–: “En su
fiesta de cumpleaños de 1983, Beatriz de Moura, la fundadora de la editorial,
me preguntó entre copa y copa qué era la entropía. Y, de repente, cuando se lo
explicaba en la cocina, me vi rodeado por seis o siete personas que me
escuchaban atentamente. ‘¿Por qué no ampliar el círculo de nuestras amistades
con una colección?’, pensamos. Y así publicamos ¿Qué es la vida? de Erwin
Schrödinger, uno de los fundadores de la física cuántica a principios del siglo
XX y para mí uno de los grandes divulgadores de la ciencia”.
Desde entonces, Metatemas –reconocida por el
Alef, el símbolo de los números transinfinitos de Cantor– y el físico español
no paran. De hecho, Wagensberg aprovecha su lugar de director para colar entre
los 115 títulos que ya tiene la colección, sus reflexiones, aforismos y
pensamientos más profundos. Así lo hizo con Ideas
sobre la complejidad del mundo, La rebelión de las formas, El gozo intelectual y,
entre otros, el pronto a publicarse por estas latitudes, Las raíces triviales de lo fundamental, libros en los que
Wagensberg contagia el virus de la curiosidad y se asoma a las fronteras que
más que separar unen a las ciencias y al arte.
¿Costó
mantenerse todos estos años en el mercado editorial?
Esa fue la sorpresa: la verdad que no. Es un
gran error pensar que no hay personas interesadas en las ciencias y las
reflexiones de los científicos. Hay muchos mitos, como ese de que cuantas más
fórmulas un autor ponga en un libro menos lectores tiene. El libro más vendido
en Metatemas es Gödel, Escher, Bach, de Douglas R. Hofstadter que está repleto
de ecuaciones. Metatemas es sobre todo una colección de ideas en la que
científicos proponen puntos de vista de sus disciplinas para ser usados en
otros campos. Es la condición de la interdisciplinariedad tan propia de nuestros
días. Y a la vez, es una colección bastante personal: publico lo que me parece
interesante. Nuestros principales lectores son sociólogos, arquitectos,
biólogos, físicos, es una gran coctelera.
Pero no
es sólo una colección de divulgación de científicos para científicos.
No, claro. Es accesible a todo el mundo, como
debería ser la ciencia. En eso yo hago una distinción: hay una diferencia entre
divulgar y vulgarizar. Divulgar es comunicar la ciencia y vulgarizar consiste
en sacrificar el fundamento de un conocimiento para hacerlo comprensible. Yo
soy de la idea de que no hace falta extraer rigor para explicar algo.
¿Le
sorprenden ciertos vestigios de irracionalidad en las sociedades?
La verdad que no. Que se siga hablando con tanta
liviandad en los medios de “milagros” podría considerarse algo atávico. La
religión es una manera de controlar la incertidumbre. La ciencia no puede ni
demostrar la existencia o la inexistencia de dios. Lo raro en el caso de los
mineros chilenos rescatados, en el que los medios hablaron tanto de milagros,
es que nadie se haya preguntado por qué dios los puso en primer lugar en esa
situación. Más que un milagro su rescate fue una hazaña de la ingeniería.
Usted
afirma que las ciencias y la literatura tienen más puntos en común de los que
los escritores y los científicos suponen. ¿A qué se refiere?
La ciencia y la literatura son dos maneras
diferentes de comprender la realidad. Ambas narran historias. Como el escritor,
el científico es un creador. La diferencia está en que la ciencia es una forma
de conocimiento que se elabora con la menor ideología posible. La literatura,
en cambio, es la forma de conocimiento que más ideología permite. La ciencia
intenta barrer de sus contenidos todo lo que huele a creencia, sentimiento y emoción.
La ciencia expulsa el yo del creador científico para conseguir la máxima
universalidad del conocimiento.
Los científicos no publican sus emociones en sus
artículos o papers.
Para desgracia de los historiadores de la
ciencia, no. En la mecánica clásica escrita por Newton o en la teoría de la
relatividad de Einstein no quedan rastros de las complejas personalidades de
los autores. Hay que buscarlas en las cartas. O sea, la ciencia trata de
eliminar al narrador, sacrifica al científico; no asoma su nariz entre las
leyes y ecuaciones fundamentales de la naturaleza. Por eso, el científico es un
creador marginado. La literatura, en cambio, pone al narrador por delante de
todo. Lo que digo es que se puede comprender la ciencia desde la literatura y
la literatura desde la ciencia. Hay una frontera común. Ambas esferas tienen la
capacidad de fecundación mutua. La literatura permite entrar en territorios
vedados a la ciencia.
Los
matemáticos no se cansan de leer a Borges y los neurocientíficos últimamente reivindican
a Proust por su exploración pionera de la memoria y los recuerdos disparados
por una madalena.
Eso expone la buena relación que hay entre
ciencia y arte. La grandeza de la ciencia está en que puede comprender sin la
necesidad de intuir. Nadie intuye la física cuántica porque no se ven
directamente los átomos y no hay observadores cuánticos y nadie intuye la
relatividad por que no corremos a la velocidad de la luz. En cambio, el arte es
al revés: su grandeza está en que puede intuir sin necesidad de comprender.
Así, los científicos dan comprensión a los artistas y los artistas dan
intuición a los científicos. Dalí, por ejemplo, anticipó los fractales y la
cuarta dimensión.
Otro
caso es el del escritor Arthur C. Clarke que anticipó la red de satélites.
Exacto. Ciencia y literatura, además, provocan y
alimentan el gozo intelectual es decir, aquel gozo ocurre en el momento exacto
en el que uno empieza a comprender. El “eureka” de Arquímedes, el “cogito ergo
sum” de Descartes, el “¡gotcha!” de Martin Gardner. El gozo intelectual es lo
que provoca adicción al conocimiento. Es lo que los científicos, divulgadores y
maestros deberían transmitir más que cualquier cosa. Un científico nunca está
seguro de si está comprendiendo o cree estar comprendiendo. En cambio, sí
distingue cuando está gozando y cuando cree que se está gozando. Un día le
pregunté al físico estadounidense Leon Lederman si había sentido este tipo de
gozo en sus investigaciones y me contestó: “¡Es mejor que el sexo!”.
O sea,
reintroduce el principio de placer. ¿Cómo es ese gozo? ¿Qué se siente?
Son tres. El gozo por estímulo, el gozo por
comprender algo nuevo y gozo por la conversación. Un buen profesor es un buen
estimulador y los seres humanos estamos hechos para gozar cuando nos estimulan.
El científico goza cuando encuentra una contradicción. Es un error de la
enseñanza esconder las contradicciones y castigar el error. En ciencias, el
error no es una vergüenza sino la herramienta fundamental. Un científico se
equivoca todo el día. Es la manera que tiene de avanzar para comprender la
realidad.
¿Y el
gozo por conversación?
Es un ciclo virtuoso. Conversar en ciencia es
observar la naturaleza, conversar con los colegas, reflexionar con uno mismo.
Uno de los lugares más importante de los institutos científicos es y debe ser
la cafetería. Un científico que no converse con otro científico está perdido.
El intercambio de ideas es estimulante. En la escuela se conversa poco. El
profesor prefiere que el niño esté callado. Los diarios, los museos, los libros
deben estar orientados a crear conversación. Uno saca algo de una película
cuando sale del cine y conversa de lo que ha visto con los amigos. El éxito de
un museo se mide por los “kilos de conversación” y no por el número de
visitantes.
A los
dueños de cafeterías les debe gustar lo que está diciendo.
Mire: los momentos más creativos de la humanidad
han sido aquellos en los que se dieron las condiciones y los espacios para
conversar, comprender, estimular. Por ejemplo, la Florencia del Renacimiento. En
la Piazza della Signoria del siglo XVII Galileo inventó la ciencia. Allí
grandes genios se cruzaron: Miguel Angel, Leonardo Da Vinci, Botticelli,
Maquiavelo. Ese es el secreto: espacios que aumenten la conversación y el
estímulo, que la gente se vea y converse. Otro caso es de la Viena de 1920. Con
la conversación uno aprende a mirar de otra manera y hacerse preguntas. Mire lo que pasó con Internet: aumentó la
masa de la conversación a nivel global. Y eso obliga a comportarse de otra
manera y a desarrollar nuevas aptitudes: por ejemplo, la de distinguir lo bueno
de lo malo.
Usted
creó y dirigió entre 1991 y 2005 el Museo de la Ciencia de la Fundación “la
Caixa” de Barcelona. ¿Qué hace a los museos tan especiales?
Un libro, una película, una conferencia no dejan
de ser representaciones de la realidad. El museo es la realidad misma. Me
apasiona construir museos nuevos. Acá voy a ayudar con uno en el Centro Atómico
de Bariloche. Un museo bien hecho te pone al instante en conversación con la
realidad. Es complementario a los libros. El museo provoca adicción al
conocimiento. Y yo me considero un adicto.
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