Novedad Editorial abril 2015: LA BESTIA EQUILÁTERA presenta una edición ampliada de EL CAOS de J. Rodolfo Wilcock
EL
CAOS
J.
Rodolfo Wilcock
Edición
al cuidado de Ernesto Montequin
Cuentos
Desde el tenue aviso con
que Wilcock le advierte en dedicatoria privada a Silvina Ocampo ("este
libro en tan raro castellano") hasta el adverso milagro de su recepción en
1974, cuando se publica la primera vez, El
caos es uno de los referentes más importantes y vivos de la narrativa
argentina, como El juguete rabioso, La
invención de Morel y Ficciones. A
eso contribuye su condición de libro de cuentos inestable.
Todo en El caos permanece en estado de
transformación: los personajes, las tramas, las escenas, las situaciones y,
sobre todo, la lengua. Esa vibración previa, esa inminencia, insinúa el
escritor que Wilcock será, y abarca ya la obra futura: El estereoscopio de los solitarios, El ingeniero, La sinagoga de los
iconoclastas.
Tanto si se trata de un
magnicidio, de una fiesta depravada, de unos animales voraces y fantásticos que
acechan en el parque Lezama o de un recuerdo de juventud, Wilcock sostiene con
su estilo una diversidad de mundos y criaturas que perduran sin ambages en la
memoria de los lectores.
Esta
tercera edición aumentada, al cuidado de Ernesto Montequin, reproduce la
segunda publicada en 1999 y añade dos narraciones nuevas.
J.
Rodolfo Wilcock: Nació en Buenos Aires en 1919. Se recibió de
ingeniero civil en 1943. Vivió un tiempo en Mendoza trabajando en la
construcción del ferrocarril trasandino, pero abandonó su profesión para
dedicarse a la literatura. A partir de 1957 se estableció en Italia, donde
permaneció hasta su muerte, veintiún años después. Este lapso le dejó escribir
una obra narrativa admirable, que se agrega a una carrera poética y brillante
pero inadvertida en la Argentina. Incursionó en todos los géneros literarios:
poesía, relatos, novelas, teatro. También se desempeñó como traductor. De su
obra narrativa, se destacan El
estereoscopio de los solitarios, El ingeniero, La sinagoga de los iconoclastas,
Hechos inquietantes y Los dos indios
alegres.
El tipo de narración que
Wilcock ensaya en El caos, el libro que inicia la serie (publicado la primera
vez en italiano por la editorial Bompiani en 1960), es de una audacia genérica
asombrosa, pero no se parece a la de los que vendrán luego. El poeta de lirismo
extremo y dicción impecable, clásico y revisionista, pero también directo y
lacónico, incorpora luego a su repertorio unos relatos que parecen provenir de
las biografías infames que Borges pregonaba en Crítica, pero que acaso estén
vinculadas de manera menos epigonal con las Vidas imaginarias de Marcel Schwob.
Cuando se habla del tipo
de historias de La sinagoga de los iconoclastas se recuerda con frecuencia que
son "biografías" y se recalca el carácter de síntesis inherente a la
jibarización, no la destreza en el suministro de recursos técnicos del narrador
que las transforma en relatos. Wilcock, que al revés de Borges no se negó a la
novela (El ingeniero, Los dos indios alegres), supo darle a este género el
valor necesario, sin renunciar por eso a la displicencia. El sentido de la
distorsión en Wilcock no es manierista ni expresionista sino estratégico,
estructural. No lo tientan la parodia ni el pastiche; los modelos que calla son
tan altos como los que proclama; si fracasara incluso, el suyo sería una
especie de triunfo exaltado por la apuesta y atenuado solo por la elegancia y
la ironía.
Cuando murió en 1978,
Wilcock había convocado ya la curiosidad o provocado la admiración de la
intelligentsia italiana (Pasolini, Calvino, Ruggero Guarini), pero nada había
podido hacer con la local, provista siempre, en los casos en que debería
suspenderla, de un solícito grado de suspicacia.
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