Novedad Editorial mayo 2015: LE MONDE DIPLOMATIQUE - No Ficción
Tercera
serie
MÉXICO
Tiempos
de violencia
La
revolución inconclusa
(INTRODUCCIÓN)
Por
Luciana Garbarino
México inauguró el siglo
XX con un levantamiento popular democrático y antiimperialista. Sin embargo, su
institucionalización en el PRI conduciría a la claudicación de estas banderas y
a la instauración de un régimen hermético, funcional a la expansión del
narcotráfico.
Al grito de “tierra y
libertad”, los caudillos revolucionarios inauguraban el siglo XX mexicano, un
período histórico que, como bien sabemos por Eric Hobsbawm, se rige por
procesos y no por calendarios. En este primer gran movimiento insurreccional de
masas del continente confluían, por una parte, las clases campesinas
desposeídas, y por otra, la naciente burguesía nacional con objetivos
democráticos, antifeudales y antiimperialistas. De allí que la Revolución
tuviera desde el inicio una doble faz contradictoria –radicalmente popular y
burguesa democrática– que daría lugar a un largo período de inestabilidad
política y de lucha entre facciones. Con el objetivo de fusionar en una única
fuerza los distintos elementos revolucionarios, en 1929 nacía el
Partido Nacional
Revolucionario, conocido a partir de 1946 como Partido Revolucionario
Institucional (PRI), que gobernaría al país casi sin interrupciones (salvo por
el interregno 2000-2012) hasta el presente.
Paradójicamente, esta
preocupación inicial por institucionalizar las conquistas de la Revolución
sería al mismo tiempo el inicio de su propia claudicación. Lázaro Cárdenas fue
quizás el último presidente mexicano plenamente identificado con sus banderas:
reforma agraria, nacionalización del petróleo, fortalecimiento de los
sindicatos, integración de los indígenas a la cultura y economía nacionales.
Pero, como señala Octavio Paz, el cardenismo no perfiló una reforma democrática
tan profunda como sus reformas sociales, y así las organizaciones obreras y
campesinas fueron convirtiéndose en apéndices del Partido. A partir de allí
comenzó lo que Paz define como el sometimiento de la democracia al progreso
económico (1). Hacia la década de 1940 se iniciaría un largo proceso de
crecimiento apoyado en un programa de sustitución de importaciones que permitió
la expansión de una clase media conforme con los altos niveles de seguridad
social, educación y cultura.
Simultáneamente, el
disciplinamiento de la burguesía, la Iglesia y el Ejército aportó una
valiosísima estabilidad institucional, en una Sudamérica golpeada por la
violencia de las dictaduras militares.
La trampa de este
“milagro”, sin embargo, no tardaría en quedar en evidencia. Este crecimiento
económico, interesado esencialmente en el incremento de la productividad, no
mostró la misma preocupación por la disminución de la pobreza y la desigualdad.
Por otra parte, el descontento con un sistema en el que un partido controlaba
la economía, los bancos, los sindicatos y una parte de la prensa fue silenciado
con plomo. La multitudinaria manifestación estudiantil del 2 de octubre de 1968
en Tlatelolco dejaría un saldo de centenares de muertos. En palabras de Paz,
“nos salvamos de la dictadura de un césar, a la latinoamericana, pero caímos en
la burocracia impersonal del siglo XX” (2).
Sin embargo, la
extraordinaria capacidad de adaptación del régimen priísta permitió la
continuidad de este estado de cosas y la extensión endémica de la corrupción en
el aparato político.
La
mayor amenaza
Pero entonces, ¿cuándo
situar el fin del siglo XX mexicano? Acaso podríamos ubicarlo hacia la década
de 1980, al producirse el acelerado viraje hacia el neoliberalismo tras la gran
crisis de la deuda externa. Desde hacía algún tiempo que el modelo económico
vigente mostraba signos de agotamiento, los cuales eran amortiguados con los
enormes recursos petroleros y el progresivo endeudamiento. La situación se hizo
insostenible, y en 1982 finalmente estalló: si en 1976 la deuda representaba el
28,6% del PIB, seis años después alcanzaba el 91,6%.
Tras la debacle, se
adoptaron importantes medidas que implicaron la apertura de la economía al
comercio mundial, la atracción de capitales extranjeros, la privatización de
las empresas públicas, la caída de los salarios y el achicamiento de la ayuda
estatal. La piedra de toque de este proyecto fue la firma del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLCAN) que entró en vigencia el 1º de enero de 1994.
No casualmente, ese mismo día otra gran manifestación de descontento tendría
lugar. Al mando del subcomandante Marcos, miles de indígenas se levantaron en
armas en el sur del país exigiendo tierra, trabajo, paz y otra serie de
derechos históricamente postergados. Más allá de su potencia inicial y de
algunas conquistas concretas, que generaron grandes expectativas entre la
izquierda y el progresismo mundial, el zapatismo no persistió en sus intentos
de construir un frente de lucha más amplio y se retrajo a la construcción de
sus bases en Chiapas.
Recién en el año 2000,
por primera vez en la historia de México, el PRI perdía el Ejecutivo Nacional y
Vicente Fox, del Partido Acción Nacional (PAN), llegaba a la Presidencia. El
arribo de una fuerza de derecha, fundado más en el descontento con el priísmo y
la debilidad de la izquierda que en el convencimiento con su proyecto,
agudizaría los problemas que atravesaba el país y consumaría el alineamiento
con los intereses estadounidenses.
A la par de este proceso
institucional, y apoyándose en un poder político corrompido, el narcotráfico se
expandió capilarmente a todos los niveles del Estado, y las muertes y
desapariciones se volvieron trágicamente cotidianas. Las explicaciones de este
fenómeno son diversas y probablemente insuficientes: la pobreza, la desigualdad
y la falta de oportunidades, las debilidades del aparato de seguridad y
justicia, la corrupción e incompetencia de las policías, el encarecimiento de
la cocaína como consecuencia de la política colombiana de combate al
narcotráfico, la vecindad con el principal consumidor, la eliminación en
Estados Unidos de la prohibición de la venta de rifles de asalto, la
repatriación de ex convictos, la disputa por las plazas entre los carteles y
entre éstos y las fuerzas de seguridad. Sin duda la “guerra contra las drogas”
implementada por Felipe Calderón agravaría la situación al militarizar la
represión y consolidar la injerencia estadounidense a través del Plan Mérida.
Aunque no hay datos precisos, se habla de al menos 80.000 muertos durante este
sexenio y de miles de desaparecidos.
Para entender la
complejidad del fenómeno, es interesante destacar que el narcotráfico se
encuentra estrechamente imbricado con “actividades de refuerzo” perfectamente
legales. Conductores, pilotos, joyeros, propietarios de caballos se benefician
ampliamente de esta economía paralela (3).
El retorno del PRI en
2012 lejos está de modificar el escenario. Por el contrario, el gobierno de
Enrique Peña Nieto ha continuado con la infructuosa guerra contra el crimen, y
más allá de la implementación de sus grandes reformas estructurales (entre
ellas, la energética, que termina con el monopolio estatal de Pemex) se ha
mostrado incapaz de dar una solución de fondo a una espiral de violencia que
amenaza con destruir al propio Estado de Derecho.
NOTAS
1.
Octavio Paz, “Debate: presente y futuro de México”, El ogro filantrópico, Seix
Barral, España, 1979.
2.
Ibídem.
3.
Gilles Bataillon, “Narcotráfico y corrupción: las formas de la violencia en
México en el siglo XXI”, Nueva Sociedad, Nº 255, enero-febrero 2015.
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