ELEGIDO NE: MAÑANA Sábado 19/09: El Club de Lectura de La Vaca Mariposa recibe a la escritora Gilda Manso


Este SÁBADO 19 de septiembre, Club de Lectura de La Vaca Mariposa recibe a la escritora Gilda Manso.

Nacida en Lanús en 1983, coordina el ciclo de lecturas Los Fantásticos y es una prolífica autora que ya suma los libros de cuentos Primitivo ramo de orquídeas (Libros En Red, 2008), Matrioska (Malas Palabras, 2010; Ediciones de Educación y Cultura, 2012, México), Temple (Exposición de la actual narrativa rioplatense, 2013), Temporada de jabalíes (Malas Palabras, 2013), y Flora y Fauna – Antología personal de microficción (Textos Intrusos, 2015); y la novela Mal bicho (Milena Caserola, 2014).

Compartimos uno de sus cuentos mientras esperamos el encuentro-merienda del sábado a las 16 hs.



TEMPORADA DE JABALÍES
Llegaron al monte al amanecer. El plan, según Eduardo, era armar la carpa antes de que el sol estuviera alto, ya que uno de los únicos puntos fuertes de los jabalíes es que tienen buena vista tanto de noche como de día. Javier no entendió: si los jabalíes ven bien de noche y de día, ¿cuál era la necesidad de hacer todo a oscuras? No dijo nada, sin embargo. Hizo y dejó hacer. Nunca era bueno discutir con Eduardo, y ahí, en ese lugar y en ese momento, Eduardo llevaba dos escopetas cargadas; no es que Javier lo creyera capaz de tanto, pero con Eduardo nunca se sabe. Ya se lo había advertido Juliana unos meses antes, cuando se pusieron de novios: mi papá es especial. Qué significa especial, preguntó Javier. Especial, repitió Juliana. Una de las pocas cosas que le molestaban de Juliana era esa: que contestara de manera ambigua cuando le preguntaba algo directo. Decir que una persona es especial puede querer decir que es extrañamente amorosa, extrañamente antipática, extrañamente sensible, extrañamente algo concreto. Pero según Juliana, Eduardo era especial y punto. Que Javier, luego, sacara sus propias conclusiones. Y Javier las sacó: Eduardo era un hijo de puta y un imbécil. Si se tratara de una jauría, pensaba Javier, Eduardo sería ese perro que no tolera no ser el macho alfa, y que entonces dedica su existencia a ladrar y a tratar de perforarle el pulmón de un mordiscón al perro que, por naturaleza, sí lo es; y de paso, ladra y aterroriza a los otros perros para demostrar que él es tan macho alfa como cualquiera. Así, pero humano.

–El fin de semana vamos a cazar jabalíes. Vos y yo. Solos. De hombre a hombre –le había informado Eduardo.
Javier quiso preguntarle para qué aclaraba “de hombre a hombre” si no se trataba de una pelea entre dos sino de cazar a un tercero, pero Juliana lo miró y él no dijo nada.

–Papi, a Javier no le gusta cazar.

Eduardo miró a su hija, luego al novio de su hija.

–A partir de ahora le va a gustar.
Fin de la conversación.

Armaron la carpa, y Javier insistió en desayunar antes de salir de caza. La estaba pasando mal, nunca había matado a un animal. En realidad, nunca había agarrado un arma. Sos una nenita, dijo Eduardo, y sacó del baúl el termo, el mate y las escopetas. Desayunaban y se iban, no pensaba perder más tiempo.

–Y decime, ¿qué vas a hacer con mi hija? –preguntó Eduardo, de la nada.
–No entiendo. ¿Qué voy a hacer de qué?
–No te hagas el pelotudo. Qué vas a hacer. ¿Te vas a casar o qué?
–No sé, Eduardo, todavía no hablamos de eso. Yo creo que sí, pero falta.

Tomaron mate en silencio un par de minutos.
–A las mujeres hay que tenerlas cortitas –dijo Eduardo. Javier lo miró.
–No entiendo. ¿Qué quiere decir?
–Pibe, sos mogólico o qué. Eso, hay que tenerlas cortitas. Les decís las cosas una vez, y si no las entienden, bife. Si se quejan, otro bife. Y listo el pollo.
Javier pensó bien qué contestar. Esa situación era irreal.

–¿Usted me está diciendo que le pega a su mujer? ¿Me está autorizando a pegarle a Juliana?
Como única respuesta, Eduardo sonrió. Javier se acordó de algo.
–Juliana tiene moretones. En varias partes del cuerpo. Ella me dice que es torpe, que se choca con las cosas, que se golpea sin querer.

Era una pregunta sin pregunta. Javier esperaba que Eduardo se enfureciera, que se indignara por la insinuación. Pero Eduardo sonrió aún más asquerosamente. Luego se paró y guardó el mate y el termo. Javier no lo quería creer.

–Vamos –dijo. Las conversaciones se terminaban siempre cuando Eduardo lo decidía. Amagó con agarrar las dos escopetas, pero Javier, siguiendo un impulso, se adelantó y tomó la que le correspondía.
–Sí, vamos –dijo Javier, quedándose así, por primera vez, con un arma y con la última palabra.